A pesar de que Paco Domenech es amigo, o conocido al menos, de Mónica López, la catalana cree que las borrascas son independientes y llegan cuando les sale de los tifones. No es que hubiera un tifón sobre Madrid el lunes 8 pero si que caía algo de agua. Nada para uno de Bilbao pero se ve que para muchos mesetarios fue demasiado porque en el tee del uno había menos gente que en Soria en agosto. Que nadie se ría ni se ofenda, 8 habitantes por Km2 el día de Nochebuena, que es cuando los pillamos a todos en casa. Total, llegó Chaac y muchos corrieron como conejos a su agujero. Los más cobardes, ni siquiera salieron de casa. Y, claro, ante el “tumulto”, nos tocó ir completando partidos y saliendo antes de hora. Habremos de reconocer que, además de mediocres golfistas somos alérgicos a la humedad. ¡Ay, si algunos supieran que en Escocia juegan hasta con sol! Finalmente, quedábamos cinco valientes: gorros, guantes, bufandas, impermeables, calzoncillos marianos… dispuestos a luchar contra viento y orbayu, que es la traducción al bable de sirimiri. El sexteto lo hubiera completado mi amiga Marisa Perales pero la cuitada se dio de baja por una lesión plantar. Me confesó compungida que no la dejaban ir con el buggie por las calles y claro, desde el asfalto del camino a la bola le hubiera costado una caminata sí y otra también. Y perdona Marisina que dude de que tu bola hubiera estado siempre a tu vera. Pero es que eso solo sucede, y no siempre, en las coplas. Bien, como digo, al final éramos cinco. Juanan y dos colegas a quienes yo no conocía, Fernandito Herranz y yo mismo. Decidimos que jugaríamos Fernando y yo y como coche escoba Juanan y sus amigos. Herranz y Suárez firmaron un documento comprometiéndose a no mentir, no dropar sin penalidad, no patear (con la pata, no con el put) la bola fuera del raf (rough escriben los ingleses que son más raros que un birdie en mi tarjeta), no ganar ninguno de los aproachs más cercanos, en definitiva, no ganar el torneo. No sé si me explico. Así que arrancamos. Bien, hasta el ocho no tuve queja. A partir del nueve el baile de San Vito a mi lado era el mismísimo Vals de las Olas. Creo que fueron cinco rayas. De las de lápiz, ya he dicho que jugaba con Fernando, no con Maradona. Total, que mientras Fernando castigaba a su Titliest con unos draivs (drives, según Rory) rectitos, rectitos y más largos que mi penar, yo hacía de delineante para dejar una tarjeta digna de un radiotelegrafista: punto, raya, punto, raya… Qué os voy a contar, la vida del forrabolas es muy triste. Así que firmé y salí corriendo a buscar a mi chica no fuera que además del castigo tremendo que ese funesto campo de olivos me había propinado, la ira de una mujer abandonada al cronómetro me inflingiera una reprimenda más dolorosa que la que supone masacrar el hándicap y proclamar ante el mundo que aunque el golf es una gloria de deporte yo sigo en mi particular infierno. ¿Conocéis a algún swingexorcista? Snif.