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Crónicas

    • 02
    • 06
    • 2015
  • Valdeluz

    Lo que el viento demostró

por: Guillermo Artola

El martes 26 de mayo se jugó en Guadalajara, concretamente en el campo de Valdeluz, el correspondiente torneo de la Asociación de Periodistas Jugadores de Golf a la que tú, que estás leyendo esto, perteneces. Como siempre que allí acudimos, el recorrido estaba perfecto, con unos “greenes” ni muy rápidos ni muy lentos, (a veces no totalmente homogéneos, pero merecedores de un notable alto), unas calles en las que podían comerse sopas y un “rough” de los que te hacen ver a Dios cuando tienes que sacar la bola de sus garras.

Un analista avezado se apresurará a afirmar: “Si el rough está difícil, que por otro lado es su obligación, haz lo que sea necesario para no visitarlo, pedazo de mendrugo”, y yo no podré estar más de acuerdo aunque me califique de modo poco amistoso. Pero claro, el “bloody” analista no estuvo allí y no sabe que el viento sopló como si quisiera limpiar el recorrido del más mínimo asomo de suciedad. Sin duda lo logró, pero además se llevó mi autoestima, mi consistencia, mi confianza en el juego que despliego y a cambio me dejó una tarjeta como el pasado de Maradona… llena de rayas.

Y fue trágico, no lo voy a negar, porque cada vez que voy a jugar y llevo una temporada sin hacerlo, la suficiente para que se me haya olvidado lo malo que soy, llego creyendo firmemente en que voy a poner finos a todos. Nadie se acercará siquiera a mis brillantes resultados y procuraré ser muy elegante y no darle importancia cuando, durante la comida, lleguen las hojas con las clasificaciones y mis cuarenta y tantos puntos hagan surgir murmullos de admiración en mis colegas del club.

Pero claro, hay algo que se llama justicia divina y lo lógico es que gane el que juega bien, el que da bolas, el que practica y sale al campo con regularidad, no como el que esto escribe que, con esa maldita disculpa de que hay que comer todos los días y que hay que pagar las facturas todos los meses, está siempre enganchado al duro banco de una romana galera y no tiene tiempo para las cosas importantes de la vida, es decir, el golf y comer gambas a la plancha.

Vale, establecido esto de la justicia divina, he de decir que Dios es poderoso y tiene mil y una maneras de poner a cada uno en su sitio. Un ejemplo de esto es la climatología, y dentro de las inclemencias que puede utilizar está la del negociado que lleva Eolo, que el día de autos tuvo trabajo más que de sobra. Y eso, lo que el viento demostró es que no somos tan buenos como quisiéramos, que dejar la bola en calle y en “green” no siempre es fácil y que ver torneos en la televisión no mejora el “swing”, no baja hándicap y no asegura resultados.

Dicho todo esto, lo siguiente que haría una mente dotada de algo más que pelo alrededor sería buscar una posible solución, y a mí se me ocurre dejarme invadir por una inmensa melancolía que, tal vez, pueda conseguir ante mi médico una baja de larga duración. Podré, así, practicar a todas horas, jugar todos los días, ver torneos cuando no tenga que estar comiendo gambas y, cuando llegue al siguiente torneo, lo prometo, seré elegante, no le daré importancia a mis cuarenta y tantos puntos y haré como que no escucho los murmullos de admiración de mis compañeros competidores...