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Crónicas

    • 13
    • 10
    • 2018
  • CAMPEONATO NACIONES MEDIOS DE COMUNICACIÓN

    Agua, ni azucarillos, ni aguardiente

por: Laureano Suarez

Y el mundo se hizo agua… y en esa marea vertical e incontenible se diluyeron las esperanzas españolas. Comenzaba la segunda jornada de la Copa de Naciones. El cielo de Castelletto d’Orba amaneció desdibujado por una neblina que teñía las calles de grises verdeantes, empapando el aire y anunciando el diluvio. Pero en la esperanza de los nuestros se encendió el sol castellano y a su calor se inflamaron los ánimos. Las tarjetas de los primeros partidos ardían porque cada punto era un fogonazo y a fe que aquello prometía incendiar la caseta de los resultados y chamuscar el trasero de nuestros antecesores de la primera jornada. Hablo de la Edición 2018 de la Copa de Naciones de golf para periodistas, disputada entre el 8 y el 11 de octubre en Villa Carolina, en la Allesandria italiana.

Pero, antes de la lluvia, antes de la víspera del agua en la que saltaron las primeras chispas, nacidas entre la piedra de la cordura golpeada por la ira de la razón, hay cosas que contar. La bella Allesandria nos esperaba emboscada en las laderas de sus colinas y las oscuridades del bosque. Nos dio la bienvenida con un sol blanquecino, taciturno, que apenas podía iluminar unos ojos en los que pugnaba por triunfar el dañino sopor del sueño. La jornada había empezado a las cuatro de la mañana para los expedicionarios españoles. Mil quinientos kilómetros y seis horas después, la tropa hispana se asomaba al amenazante balcón del tee del 10 del Paradiso.

¡Ah! pérfidos malandrines, aquello era una oferta diabólica: un primer paso para pisar en falso, un balcón sin barandilla, una atalaya desde donde visibilizar el peligro, una plaza repleta de amenazas, una provocación al riesgo, un velo humeral, una invitación al descalabro. Y así fue. Balbuceantes, nuestros primeros golpes besaron ramas, se hundieron en la espesura del rough, bailaron la danza del extravío y volaron acá y acullá sin encontrar el consuelo de la mullida calle. ¿jet lag? ¿impericia? ¿cansancio? ¿miedo? De todo un poco.

Ese primer recorrido, falso y nefasto “paraíso”, se nos atragantó del 10 al 9 que, aunque matemáticamente parezca un corto espacio, no fue si no, un largo camino para el desaliento, en algunos; para la proeza de otros y para un áspero discurrir para todos. El Paradiso no nos pareció tal y solo contribuyó a mermar nuestra confianza. A pesar de todo, hubo parejas que le plantaron cara y no se doblegaron ante la doblez, esquinada y artera, de su angelical pero venenoso nombre.

Más luz, más aire y más espacio nos brindó, en una segunda jornada, la Marchesa. Ese campo es la zona de recreo de un antiguo palacio que fue una donación nupcial para la marquesa Carolina, allá por el final del Ottocento y que terminó siendo una residencia de campo de la familia. El recorrido se inauguró en 1991 y fue construido por la empresa americana Cornish & Silva Inc. Golfcourse Architects. Al abrigo de la más amable disposición de “la marquesa”, nos sentimos más confiados y el juego de reconocimiento fue el bálsamo que necesitábamos después del espinoso “paraíso”.

Y al tercer día nos dispusimos a resucitar, golfísticamente hablando, para pelear en la primera jornada ya de competición. Si no de resurrección, bien podríamos hablar de “reconsideración”. El Pradiso no nos pareció ya tan fiero. Contribuyó, no cabe duda, empezar por el uno y no por el malhadado diez. No obstante tampoco es que nuestras tarjetas fueran una colección multitudinaria de puntos y seguidos sino más bien de puntos… suspensivos. No es que suspendiéramos, pero sí que anduvimos casi todos por aprobado raspadito y un esperanzador notable: 38.

Y llegó el día de discutir que se hacía con el mapa del tiempo y su segura amenaza de lluvia intensa. Se ha dicho siempre: “reunión de pastores, oveja muerta”. Y, en efecto, aunque no hubiera ovino fenecido, si hubo reunión de pastores –llamémosles capitanes- para dilucidar la estrategia que permitiera desarrollar, sino una jornada completa, media jornada de golf. Nueve hoyos que permitieran a todos jugar y puntuar. España apostó, y apostó fuerte, por salida a tiro por todos los hoyos a primera hora puesto que el pronóstico era incuestionable: a las 11.00 lluvia copiosa. Con nosotros apostaron Dinamarca y Chequia. Pero el “amigo” alemán dijo “nicht” y los demás amén. Nuestro capi echó el resto y defendió con ardor nuestra postura, de tal manera que, finiquitada la batalla, el capitán danés se acercó a nuestro grupo y con un guiño cómplice alabó el coraje del “guerrero” hispano. Conclusión: salidas por el uno y el diez con la esperanza de completar, al menos, nueve hoyos.

El alemán es poderoso, que duda cabe, pero todavía no ha conseguido domeñar a la empecinada e insobornable naturaleza, en este ocasión vestida de borrasca. Con precisión germana, el reloj, a las once y pocos minutos, marco el comienzo del diluvio. El cielo abrió el grifo y allí fuimos salpicados todos. España tenía razón pero a los germanos la suspensión los favorecía, no fuera a ser que la inspiración de otros diera al traste con su primera posición de la víspera. Pocos minutos después, cuando ya los escarabajos, las hojas y el buen juicio naufragaban en los greenes, el áspero alarido de una bocina rasgó el aire y el juego se detuvo. Media hora, dijeron, pero el agua no cesó hasta la media tarde. “Finito” dijo el capitano de la tricolor entregándose con palos y piraguas al designio del teutón.

Y eso fue todo, o casi todo. Lo cierto es que la fortuna no estuvo en Alessandria. Ni la fortuna ni el buen juicio. Los campos, los recorridos, deficientes, demasiados hongos, demasiadas hojas en los greenes, demasiada espesura en el rough, demasiadas cuestas en el paraíso, demasiada distancia entre el resort y el tee del uno, o del dieciocho, que tanto da. El lugar es hermoso, sin duda, pero inadecuado para la disputa de un campeonato. Está en medio de la nada, una nada exuberante, pero deshabitada de vida. Ni un mísero bar que echarse a la cara, ni una pequeña aldea que visitar, un hotel que no tenía capacidad para alojar a todos los jugadores, algunos de ellos estaban a 40 kilómetros del resort. Increíblemente, las viandas escasas y sin una gota de imaginación. Lo sentimos por nuestros siempre apreciados amigos italianos pero si hemos de poner una nota a esta edición ha de ser: suspenso.

Tomamos nota y trataremos a aprender para 2020. En esa fecha la Copa de Naciones vendrá a España. Entonces, nosotros seremos los responsables. Por suerte, el listón está en los tobillos, malo será que no seamos capaces de situarlo a la altura, al menos, de los ojos. Un nivel que permita que aquellos que nos estén observando no tengan, como nosotros, que criticar tristemente lo vivido. En cualquier caso, viva el golf, viva el deporte y su espíritu. Que gane el mejor aunque el mejor sea, tozudamente, Alemania a quien, por cierto y sin ambages, damos nuestra más sentida enhorabuena por el triunfo porque, lo cortés no quita lo valiente y en eso, queridos compañeros, nadie nos puede dar lecciones.